8.10.10

Siente estar fuera de registro con todo cuanto conoce. Lanza misiles que todos esquivan; se queda sin municiones.
Se muerde la carne hacia adentro, se llena de llagas la boca.
Se duerme en un colchon reventado, en el piso, abajo de un arból. Se rodea a sí mismo con los brazos, como quien defiende lo indefendible.
Logra dormirse, sueña. Sueña que lo apuñalan y no se despierta. Siente el dolor y va muriendo pero no se despierta.
Se siente curado.
Se despierta y el tiempo es un váho tan lento como ayer.
Mastica el aire sucio, lleno de polvo, de micróbios, de vaya uno a saber qué. Pero tiene gusto a mierda. Eso lo enoja. Todo lo demás es una cadena que se comienza a construir desde que despierta.
Le duele el cuerpo al despertar, ya casi como una condición de génetica social.


Generaciones durmiendo en el piso.
Comiendo cualquier mierda.
Odio empastado, que no circula. Odio con derecho.

Mira a su alrededor y crece una reja como un domo.
Le molesta, ya todo le molesta.
Huele su intensidad. Sus capas, sus rémoras, pegadas viviendo a cuentas de su cuerpo. Arrastra latas, vómitos, arrastra un hedor cremoso que lo sigue y le baña sus fosas al respirar.

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